Sunday, March 31, 2013

Manius Sentius



para Andrés N. Zazueta,
quien me regaló la dicha de volver a ser niño.

“y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” - Lucas 24:5

El fragor de la multitud crecía a medida que el combate entre aquellos hombres armados avanzaba, nubes de polvo se levantaban del suelo acompasadas de los golpes de las armas de hierro. Sudor, sangre y cuerpos desmembrados sobre la arena, expresiones terribles en los rostros de los combatientes completaban el cuadro del cruel espectáculo que era presenciado por gobernantes, nobles y gente común. La emoción causada por el rugido de las fieras azuzadas por sus cuidadores no hacía distingos entre clases sociales en el cruel circo Romano.

El espectáculo también es presenciado parcialmente por una sombría figura que posa uno de sus brazos en los gruesos barrotes que lo privan de su libertad. Desde el precario ángulo de visibilidad que le permite su ubicación, adivina el final de cada uno de los luchadores y esclavos que alcanza a ver fugazmente.

            De pronto se escucha una voz al fondo de la celda.

-      ¿Qué ocurre Manius? ¿Acaso tienes miedo?

            Manius, voltea hacia el sitio de donde proviene aquella voz, haciendo una breve pausa responde:

-      No Atius, un hombre como yo no tiene miedo, sobre todo después de lo que ha visto a lo largo de su vida. Es la desdicha que me provoca el ver morir inútilmente a tantos hombres.
-      ¿Un hombre como tú Manius? ¿Después de lo que has visto? No entiendo noble amigo, ¿de qué hablas?
-      A lo largo de mi vida he presenciado eventos sobrenaturales que me han cambiado noble amigo, milagros difíciles de creer si no son vistos, pero de los cuales he sido testigo.
-      Ten la bondad de hablarnos más al respecto Manius, relátanos tus aventuras, escucharemos con atención.
-      Bien. La historia que voy a relatar, aunque difícil de creer, ocurrió de verdad. Presten atención, trataré de no omitir ningún detalle.

Los hombres alrededor de la celda, se sientan en el frío y húmedo suelo con profunda expectación mientras Manius inicia su relato.

Mi nombre es Manius Sentius, durante muchos años al igual que varios de ustedes, serví a las órdenes del Emperador como soldado. Participé en las más crueles campañas del imperio, desde las gélidas tierras de los bárbaros al norte de la Galia hasta las crueles sabanas del Níger y el Sudán, donde enfrenté a los guerreros de la talla más alta que haya visto jamás, mismos que celebran cada uno de sus triunfos bebiendo la sangre de sus oponentes. Enfrenté a temibles hordas en los fríos mas inclementes del mundo, aplasté cráneos de guerreros en la arena del desierto.

La violencia y el combate fueron algo cotidiano para mí durante muchos años. Mi padre, militar al igual que yo y centurión del imperio, me instruyó desde temprana edad en el arte de la espada y el combate cuerpo a cuerpo. Todos sabían que mi destino era la guerra y una muerte honrosa en el campo de batalla por la gloria de Roma.

Hace ya varios años, la legión a la que pertenecía fue enviada a la Palestina, una de las provincias de Roma más despreciadas por el imperio, poblada por los judíos, habitantes de costumbres extravagantes y que antaño constituyeron un poderoso imperio del cual no quedaban mas que despojos. Poncio Pilatos regía en esa provincia, una revuelta se estaba dando y era necesario restablecer el orden. Los judíos celebraban en esos días una de sus fiestas tradicionales, la Pascua, como ellos le llamaban. El pueblo había sido incitado por los líderes religiosos judíos y ardían furiosos en contra de un enigmático personaje llamado Jesús, procedente de la ciudad de Nazaret, a quien pedían crucificar. No era la primera vez que sofocábamos una revuelta, si la ocasión se prestaba para someter a esos judíos, estábamos listos para hacerlo.

El gobernador de la provincia, accedió a las demandas del pueblo en pro de la prudencia y evitando una sublevación del pueblo; les concedió su petición de colgarlo en el madero junto con dos criminales. Mas tarde supe que la culpabilidad de ese hombre jamás fue demostrada.

Vi con mis propios ojos cómo este Jesús fue azotado cruelmente por otros soldados, uno de los peores tormentos que yo conocía era el de los azotes, pues el látigo penetraba la piel del criminal rasgando los músculos hasta dejar visibles porciones de los huesos. El hombre fue golpeado, pateado y escupido. Mientras yo contemplaba la escena de los golpes, no me conmovía, había visto en innumerables ocasiones la manera en que eran castigados los  enemigos del imperio, pero por alguna razón este Jesús no me parecía una persona digna de ser atormentada de esa manera.

Fue obligado a cargar con el madero donde sería crucificado varias calles hacia el monte donde tendría lugar su muerte, mientras yo caminaba a cierta distancia de él, empujando a la muchedumbre que se agolpaba en torno a la columna de soldados, alcanzaba a verlo de reojo al voltear por breves episodios,  perdiendo fuerza y dejando gruesas gotas de sangre en el camino, cayendo al suelo varias veces. Alcancé a ver cómo permitieron que otro judío cargara su cruz, ya que habían lacerado tanto este hombre que su cuerpo estaba próximo a exhalar su último aliento. Al llegar a la cima del monte lo desnudaron y pusieron sobre el madero, un grupo de soldados destrozó sus manos y pies martillando con gruesos clavos sin siquiera mirarlo a los ojos e izaron la cruz. Por si el sufrimiento fuera poco, un soldado puso sobre su cabeza una corona de gruesas espinas que le desgarraron las sienes. Durante mi vida presencié muchas veces este tipo de muertes, yo mismo colgué criminales y prisioneros sentenciados, pero en esta ocasión algo en mi interior oprimía mi ser y me hacía sentir un temor inexplicable.

El martirio de este hombre duró varias horas, al termino de las cuales ocurrió algo extraordinario: ¡el cielo se tornó negro, eclipsando por completo el sol!, ¡la tierra se estremeció fuertemente bajo mis pies! Fue el terremoto más fuerte que haya sentido jamás. Durante algunos momentos el terror se apoderó de la muchedumbre que asistió a ver la crucifixión. ¿Quién era este Jesús al que acabábamos de matar?

La multitud fue retirándose, el cuerpo exánime fue bajado de la cruz y puesto en un sepulcro propiedad de un judío acomodado. Un centurión nos ordenó custodiar el lugar, ya que existía el temor de que alguien robara el cuerpo de este hombre a quien se le atribuían ciertos poderes sobrenaturales. Sellamos la entrada de la tumba con una pesada piedra, fue necesaria la fuerza de ocho soldados, entre ellos yo, para colocar la piedra en la entrada. La guardia transcurrió sin novedad ese día y el siguiente.
           
Varias horas antes del amanecer del tercer día, algunos de nosotros tirábamos suertes, otros bebían y otros narraban historias de sus andanzas al calor del fuego. De pronto, un intenso resplandor iluminó el cielo, un sonido como de trueno rasgó las nubes y de lo alto, comenzó a descender un guerrero alado con piel tan brillante como el sol. Una fuerza indescriptible nos tiró al suelo, dejando a varios de nosotros inconscientes. El guerrero alado movió la piedra cual si se tratase de un trozo de madera, dejando descubierta la entrada de la tumba, se postró con una rodilla en el suelo y esperó. Yo me encontraba inmovilizado, trataba de mover mis extremidades pero no respondían, era como si un ejército nos hubiera derribado y pasado sus carros sobre nosotros. Del fondo de la tumba, ¡apareció Jesús!, el mismo hombre a quien vi como clavaban una lanza en el costado, del cual vertían agua y sangre después de haber muerto. El guerrero alado se retiró, Jesús descubrió su rostro y pude ver en él una expresión que yo había visto antes, la de alguien que ha estado en la batalla más cruel y ha vencido a un formidable enemigo. Este Jesús a quien habían quebrantado ante mis ojos, ¡había vencido a la muerte! Volvió hacia mí su rostro, y al posar sus ojos en los míos, asintió. Mi cuerpo se estremeció fuertemente y no pude dominar un temblor que se apoderó de mí

Jesús desapareció. Lentamente salimos del profundo letargo en el que nos encontrábamos. El centurión que acampaba con nosotros, desconcertado, puso su espada en la garganta de uno de mis compañeros preguntando qué había sucedido y cómo fue que permitimos que alguien robara el cuerpo. El soldado al no poder responder fue degollado inmediatamente. Yo sabía lo que había sucedido, pero no podía decirlo ya que correría a misma suerte que el soldado. Me matarían por no haber impedido a lo que el centurión llamó el “hurto del cuerpo”. En un descuido de los soldados, huí tan lejos como lo permitieron mis fuerzas. La deserción del imperio es un crimen castigado con la muerte. Me despojé de mi armadura y vestimenta, y me escondí durante varios días en diversos lugares, sabiendo que tarde o temprano notarían mi ausencia y podrían incluso culparme de lo sucedido esa madrugada.

A partir de entonces, el sentido de mi vida cambió, y traté de buscar una respuesta entre aquellos que eran de la misma raza de Jesús. Escuché varias historias de boca de los habitantes de Galilea acerca de los milagros que Jesús había realizado, supe que no fui el único romano testigo de los milagros de Jesús, ya que un oficial recibió la sanidad de su siervo por una palabra de Él. Siempre tratando de aprender más acerca de este hombre, conocí acerca de la misión que se le había encomendado por un grupo de varones cuyo antiguo oficio era la pesca, Jesús vino al mundo a dar salvación a los hombres, a mostrar el camino a Dios por medio de una convivencia diaria. Por estos pescadores supe que días después del milagro que presencié, Jesús ascendió al cielo. No había algo más fácil de creer por mí después de haber presenciado la escena a la puerta del sepulcro. Comprendí que Jesús vino a eliminar las barreras de odio entre los hombres y enseñó el amor a los semejantes. Lamentablemente, quienes creímos en Jesús empezamos a convertirnos en una amenaza para Roma: ahora entendíamos que el único y soberano Señor, era Jesús, hijo de Dios y no el emperador. Ayudé muchas veces a mis nuevos compañeros a escapar de las persecuciones tanto del imperio como de los líderes judíos, no logro comprender aún por qué siendo personas tan pacíficas eran atormentadas casi tan cruelmente como Jesús. Varios de mis nuevos amigos fueron azotados, encarcelados, torturados y muertos por lapidación. No siempre pude ayudarles a huir, yo mismo siendo un renegado y un fugitivo del imperio, empecé a causar cada vez más sospechas. Fuimos culpados del incendio de Roma. Finalmente, me tendieron una trampa un grupo de ciudadanos del imperio que me convencieron de que querían compartir la misma fe que yo tenía en Jesús. Fui apresado, y no faltó quien me identificara como un proscrito.

Soy un criminal para el imperio, y llevo varias semanas esperando sentencia, hasta haber llegado hasta donde estoy en este día, entre ustedes, que estamos próximos a sufrir el martirio.

Después de una breve pausa, profundamente impresionado por el relato, rompiendo el silencio que causa la conmoción del resto de los prisioneros, Atius responde:

-      El destino que te espera no es fácil Manius, pero siendo tan excelente combatiente, no tendrás problema para enfrentar cualquier peligro.
-      No Atius, ¡mi batalla ha terminado! Jesús ya la ha peleado por mi, se que cuando avance hacia la arena, sentiré el golpe del tridente o la zarpa de la fiera quebrantando mi cuerpo; pero cuando abra nuevamente mis ojos, se que aquel Jesús, mi Señor a quien vi surgir triunfante del sepulcro, me recibirá en Su gloria y viviré con Él durante toda la eternidad.

                                                                                            Joaquín Zazueta C. Diciembre 2011

Tuesday, January 15, 2013

El siglo de Tintín

He tratado de darme a la tarea de reseñar todos los libros que leí en el 2012, sin embargo me ha faltado tiempo para hacerlo. Intentaré  seguir escribiendo en los breves espacios que da el trabajo. En esta ocasión, hablaré acerca de Tintín.

El siglo de Tintín, es una biografía escrita por Fernando Castillo, licenciado en Ciencias Políticas y Ciencias de la Información. Hace poco más de un año Tintín fue llevado a la pantalla grande en una versión de animación computarizada dirigida por Steven Spielberg y probablemente el primer acercamiento al personaje para muchas personas en nuestro país, como sucede comúnmente con varios cómics europeos.

En el siglo de Tintín, se muestra al personaje como un protagonista activo en los sucesos más importantes del siglo XX, tales como el nacimiento de la Unión Soviética, las guerras mundiales, la guerra fría y los viajes espaciales.  Este libro, tal y como lo comenta su autor, muestra un panorama del siglo anterior a través de los ojos del jóven reportero de orígen belga, creado por Georges Remi - Hergé. En la biografía, tanto Hergé como Tintín aparecen como dos personajes reales; resulta conmovedora una carta que Hergé escribe a Tintín al cumplir sus 35 años de vida, llamándolo hijo, el texto íntegro de la carta está contenido en el libro.

Fernando Castillo presenta cronológicamente un comentario sobre cada uno de los álbumes de Tintín y el momento histórico en el cuál fueron creados, de tal forma que Tintín da a conocer estos sucesos en sus aventuras.

Otros datos interesantes en esta obra: las similitudes entre Tintín e Indiana Jones, y las representaciones que hacía un actor encarnando a Tintín al regresar de cada una de sus aventuras en la estación de trenes.

Recomiendo ampliamente la lectura de este libro para aficionados a Tintín y para quienes quieran conocerlo por primera vez. Agradezco profundamente a Lili y Baldo por el regalo de este libro.

Wednesday, January 02, 2013

Pablo, el judío de Tarso

Recientemente tuve la oportunidad de concluír la lectura de este interesante libro, regalo de mi hermano Pablo (no de Tarso sino Zazueta) a quien agradezco profundamente. Como otros de los libros de César Vidal, es un libro muy bien escrito y documentado. A diferencia de otros libros del mismo autor tales como "El Testamento del Pescador", esta es una biografía y no una historia novelada. Vidal realiza una investigación muy completa sobre la vida del Apóstol Pablo, a quien se le han atribuido varios nombres tales como el santo aventurero y el apóstol a los gentiles. El libro describe el contexto histórico y político en el cual vivió este singular personaje.

Aunque las epístolas de Pablo pueden ser leídas en el Nuevo Testamento, este libro arroja luz sobre la personalidad de Pablo mostrando muchos detalles que no pueden ser descubiertos en las cartas, los cuales por medio de este trabajo de investigación conjugan una faceta de Pablo muchas veces desconocida que es la de un hombre sensible y preocupado por sus semejantes. Se menciona al equipo de personas que fueron sus colabordores durante sus viajes misioneros, mismos que aunque son mencionados en el Nuevo Testamento, a veces perdemos de vista y da la impresión de que Pablo es un ser aislado que recorrió kilometros de mar y tierra en solitario.

Es una lectura que recomiendo ampliamente para conocer más acerca de Pablo, el hombre: sus inquietudes, anhelos y su increíble motivación por dar a conocer el Evangelio de Jesús a todo el mundo conocido hasta entonces. Dato adicional sobre el libro (que no es de publicación reciente sino del 2006), recibió el Premio Algaba de biografía en el año de su publicación.